La familia tergiversada. Sociología del Narcotráfico III

 El camino de construcción hacia los hijos de la droga por consumo, por delito. O por ambos. Y la minoría resiliente.



Una cocina comedor. Una lamparita cuelga de un cable improvisado de un techo descascarado. Una mesa. Sobre la misma un cartón de leche y dos vasos. Un plato con galletitas dulces. Otro plato con cocaína y otro con marihuana. Una tarjeta de crédito y varios chips entremezclados con bolsitas.

Un celular. Un cuaderno abierto con el dibujo de una casita y una flor. Algunos marcadores sueltos.

Se trata de la mesa de la dualidad. Merienda y negocio. Negocio y merienda. 

La tarea de los niños atraviesa el concepto de escuela y familia. Instituciones básicas fundamentales para el desarrollo humano integral.

Las sustancias que deben ser acondicionadas para la venta emanan olores. Químicos entremezclados con el vaso de leche rodeado, a su vez, de trocitos de pastillas mientras los pequeños, sentados a la mesa, asisten al espanto que no comprenden.

La naturalización de la escena asombra al mismo tiempo que espanta.

¿Qué te gustaría ser cuando seas grande? Dealer, responde el pequeño de siete años.

La trama se visualiza durante un allanamiento. Luego de la irrupción al domicilio, el niño de cinco años no puede quitar las manitos de su pecho. Él, quería ser bombero.

Una escena descarnada. 

La opacidad de la casa se potenciaba a medida que se desarrollaba el operativo. 

Ni las camas de los menores eran ajenas al delito. Escondían droga debajo de los colchones. 

Exposición bárbara al delito. Exposición de potencial muerte a la ingesta inocente.

La socialización con la droga

Berger y Luckmann se convierten en los sociólogos fundamentales para analizar una escena de la vida cotidiana de los hijos de la droga.

La socialización primaria es el proceso por el cual un individuo se convierte en miembro de la sociedad. Y lo hace mediante la internalización de normas, valores y conocimiento a través de la familia. Un proceso clave y determinante para la construcción de la identidad y el ejercicio de la vida.

La familia cumple un rol esencial en la construcción de la subjetividad del niño, generando mecanismos para el aprendizaje. 

Un hogar es un espacio de cuidado y apego pero cuando la droga ingresa todo cambia. Todo muta.

La socialización primaria es la interacción con sus otros referentes en el universo del hogar como antesala de lo que será la socialización secundaria.

En el caso de los hijos de la droga la socialización primaria se ve afectada y contaminada con las normas que impone el negocio narco. Todo se distorsiona.

El otro referente es la familia en el rol de narcomenudistas y la socialización mencionada es el contacto con la droga como instrumento de un negocio. La misma forma parte de los elementos que se sirven a la mesa, generando una internalización delictiva de la realidad. Es decir, la actividad ilícita se convierte en parte de la interacción en la casa. 

Usos y costumbres anclados en el desapego por la vida conducen a una socialización secundaria procaz. Sin frenos inhibitorios.

El superyó y la construcción de la instancia psíquica al revés

La construcción del superyó de Freud se "infecta" con la internalización de "normas morales" delictivas las cuales se propagan como valores sociales también trastocados para encarar la socialización secundaria.

Los niños que crecen en estos contextos ilegales ven vulnerada la construcción de su superyó al experimentar otras alternativas que van a tener influencias, en primera instancia, negativas en la regulación de su conducta y la formación de su personalidad. 

"Un negocio como cualquier otro pero con una ganancia mucho más ligera". "No puedo tener un lugar aparte así que acá concentramos todo". "Los pibes de ahora no son cagones como los de antes". El relato de un "padre" en devaluación para justificar sus acciones.

Bajo las características mencionadas en éste ensayo que surge de las investigaciones y el trabajo de campo es que emergieron y emergen los hijos de la droga. Hijos que se dividen en tres.

Los que son observadores pasivos de la tabla prostibularia que conjuga útiles escolares con útiles de corte y que por edad no juegan un papel determinado en la estructura criminal. Los que consumen sustancias psicoactivas desde el vientre materno o a los que les suministran estupefacientes -porros- como si fuese una actividad lúdica. De estos, algunos mueren en la temprana edad. Y otros siguen los pasos de sus progenitores. Las generaciones 2.0. Los herederos del negocio narcocriminal. 

Aquellos que en ese contexto sin otros diferentes que los ayuden a configurar herramientas de resiliencia pasan de la pasividad a la actividad operativa de un negocio que mata. 

Que no por ser a menor escala es menos violento y que no por suceder en una casa es menos peligroso. Al contrario.

"El narcomenudeo necesita sí o sí de armas porque en los barrios los territorios no se arreglan con chamuyo. Se arreglan con bala", detalla un puntero.

Como proyecto de muerte la droga deja secuelas que son imborrables. Sin embargo, hay jóvenes que logran rescatarse por sí mismos. Éste es el último grupo. 

Son pocos pero los hay. No avanzan en la cadena del delito. La rompen. Se van de sus casas. Se separan de sus familias. Se reconstruyen y en esa reconstrucción, la escuela como espacio de contención es vital. No importa la edad. Aunque también existe un bagaje congénito.




"Desarrollé una fuerza que no te puedo explicar. Sabía que lo que veía no estaba bien. Veía sufrir a mi madre. La policía era una mala palabra. Le tenía terror. Mi mamá murió en ajuste de cuentas y a las 15 me fui de mi casa. Viví en la calle. Hacia changas. Nunca robé y la droga me pasaba todo el tiempo por la cara. Encontré todo tipo de personas. Terminé la escuela de grande. No soy un ejemplo. Ahora soy un hombre que como pibe hice lo que pude. La droga nunca fue una opción para mí. Hoy soy mozo y tengo una nena a la que la cuido con todo pero sé que es un riesgo que está siempre aunque no se lo vea", es el testimonio de Manuel. Quien no se define como un ejemplo más allá de sus reconstrucciones resilientes. 


Argentina ya perdió a una generación en la droga y va camino a una nueva pérdida. Esas pérdidas nos pertenecen y son un fracaso colectivo forjado desde el simulacro institucional de la lucha contra el narcotráfico y el poco serio abordaje de los consumos problemáticos.

No obstante, nuestra situación no es aislada. Somos parte de la mundialización del narcotráfico en donde la globalización, positiva en muchísimos términos, ha sido fatal para la descomposición social frente a la falta de políticas públicas sostenidas como políticas de estado que brinden información y contención.

Los hijos de la droga nos interpelan. La familia como célula de la sociedad se escapa como arena entre los dedos de una mano.

La tergiversación de la familia potencia el proyecto de muerte y en ese proyecto la deuda ya no es inmensa, es prácticamente impagable.

Continuará


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