Relato de la vida cotidiana

La pobreza como paisaje.
La resistencia a la modernidad y a la globalización produce estancamiento individual y colectivo.
Porque el individuo que no se agiorna queda relegado socialmente y la sociedad que no se mueve a ritmo queda excluida mundialmente. Razón por la cual, llevar adelante un proyecto de economías de mercado con verdadera conciencia social, es una vía interesante para comenzar a evitar la reproducción de residuos humanos que supimos conseguir.
Pero el tema del lumpen o las subculturas, no es privativo de la sociedad argentina.
Varias sociedades del mundo y en especial las del continente americano atraviesan por un proceso de descomposición social que crea un espacio propicio para la emergencia de nuevos grupos que tienden a caer en costumbres que nada tienen que ver con los usos y costumbres tradicionalmente aprendidos.
Es decir, el progreso económico en algunos países, así como la búsqueda de un orden social, genera un sismo.
Serían pues, los efectos secundarios de la modernidad que desfavorecen a algunos y favorecen a otros.
La ambigüedad del proceso se debe, sin duda alguna, a la falta de criterios y a la imprecisión en la aplicación de recursos. Argentina, sumida en las encuestas de la imagen positiva, la reducción de la pobreza y la desocupación, visualmente, asiste a una realidad diferente. Los homeless, ya no solo forman parte del conurbano bonaerense y barrios precarios de la Capital Federal. Ahora, forman parte del paisaje de los barrios paquetes, dado que allí, se estima que el nivel económico es más elevado.
Pero los sin techo nativos, no son los únicos.
Mundialmente, las poblaciones se ven invadidas por inmigrantes, refugiados y otros tantos grupos. Por lo tanto, el paradigma vigente tiene que ver con la vida cotidiana en las calles.
Con aquellas acciones privadas que se vuelven públicas.
Que violentan pero que lamentablemente forman parte del panorama de las calles de Buenos Aires.
Puertas de Iglesias colmadas de gente pidiendo limosna.
Plazas en las que los marginales componen un escenario que acompaña el verde de la vegetación esperando por un sándwich y un vaso de caldo.
Camas precarias que se montan en la intemperie para pasar la noche.
Una noche, que aunque calurosa, en la calle y en el sueño, siempre es fría. Desprotegida.
Hombres, mujeres y niños recolectando cartones.
Revolviendo la basura buscando que comer.
Alimentándose con la mirada detrás del vidrio de una confitería.
Recoger aquellos muebles que otros tiraron para ir armando una casa dónde sea.
Así se vive en Argentina, y en otros lugares del mundo. Individuos que ni siquiera pueden acceder a un lugar dentro de las villas o los barrios de emergencia.
Pobreza violenta. Marginalidad evitable.
Vidas prácticamente desperdiciadas entorno a la calamidad del desparpajo y a la subestimación de quienes hoy nos gobiernan.
Un país rico en materia prima pero muy pobre en conciencia social y capital cultural. Preocupado por el pasado setentista y noventista y alejado del futuro.
Venganza, odio y perpetuación en el poder, son las premisas de nuestros dirigentes.
Mientras tanto, la vida pasa y la debacle no se encuentra en el imaginario colectivo sino en la realidad cotidiana
En aquellas imágenes que muestran los informativos televisivos, las fotografías de los diarios.
Una lógica del despojo que se agudiza al mismo tiempo que se niega en una sociedad de consumo en la cual, todos nos consumimos.

Comentarios