El problema de la inseguridad y un archipiélago para llenar un espacio en Página 12.
La discusión en Argentina sobre la baja de imputabilidad de los menores, así como la inseguridad en estado de sensación son dos puertas abiertas a la precarización de la realidad social que ha cobrado distintas formas en los últimos años.
Desde una inflamación mediática, hasta una negación compulsiva de los gobernantes y jueces, la seguridad se presenta, en estos tiempos, con matices casi utópicos. Sucede, que los medios no exacerban la problemática como desde el otro lado se plantea o acusa.
Los medios de comunicación transmiten los sucesos en sus distintas ediciones televisivas por los diversos canales de TV, en los programas de radio AM/FM y en los periódicos. Es una cuestión que responde a una dinámica informativa y que atiende a las demandas de una sociedad de consumo fragmentada en horarios de disponibilidad.
En este contexto, el fenómeno de Las Maras también fue adquiriendo notoriedad y preponderancia. En Centroamérica por ser un hecho y en Latinoamérica por estar en vías de desarrollo.
El debate se ha dado en algunos círculos intelectuales y académicos; dentro del periodismo mismo y entre los ciudadanos que encuentran en jaque, cotidianamente, su derecho de vida.
A través de documentales, escritos y algunas investigaciones livianas sobre el modus operandi de Las Maras, se han establecido proposiciones desde arriba que niegan la existencia de las mismas en nuestro país y salen al ruedo crítico de aquellos que sostenemos una teoría media.
En una nota publicada en Página 12, el domingo 19 de abril de 2009, titulada “Archipiélagos” y firmada por Pasquini Durán, se hace una pequeña retrospectiva del surgimiento de Las Maras, se promulga el film “La vida loca”, recientemente estrenado en México, y se niega la presencia de Maras en Buenos Aires.
Más precisamente, el autor dice: “No hay “maras” en Buenos Aires, pero la violencia comienza a presentarse tan salvaje y descontrolada que, al margen de sus dimensiones reales, espanta a porciones importantes de las sociedades de grandes y medianos centros urbanos”.
Esta afirmación lleva, inexorablemente, a volver sobre las divisiones que hacen de nuestro país un entramado violento que tiende a confundir al momento de negar o afirmar presencias.
Primero: En Argentina como en el resto del mundo existen pandillas con características locales e importadas, cuya principal característica es la defensa del territorio barrial mediante el empleo de la violencia.
Segundo: En Argentina existen Tribus Urbanas vinculadas a los estereotipos estéticos y al cliché del desencantamiento, también, como en otros países.
Tercero: En Argentina, como dice Pasquini Durán, no hay maras. Lo que si hay es un ESTADO EMBRIONARIO DE MARAS. UN ESTADO LARVAL DE MARAS que significa pequeños brotes regados minuciosa y lentamente por la penetración del narcotráfico en el país frente a la permeabilidad de las fronteras, a la falta de un continente educativo que pueda sostener a los chicos en banda que buscan escalar y a la negatividad antes mencionada que convierte a nuestra Nación en un espacio propicio para el desarrollo y arribo de las Maras vinculadas al narcoterrorismo.
¿Una nueva ley penal que baje la edad de inimputabilidad desarticularía la violencia o apresuraría la formación de “maras” a la criolla? Es la pregunta del autor de la nota que debería atender a la posibilidad, si conoce sobre lo que escribe, de no transmitir interrogantes sino certezas e información a sus lectores.
No obstante, ayudemos a Pasquini a despejar sus dudas.
Penalizar a un menor es una posibilidad que no debe descartarse por razones que no necesitan ser intelectualizadas.
Un menor que asesina requiere de una pena. De una sanción que le de cuenta que el hecho cometido es un delito que atenta contra la seguridad individual y colectiva. Estos chicos necesitan un continente legal porque de lo contrario, se les está legitimando la acción. Con lo cual, ya sea por falta de educación y trabajo o bien, por ser congénitamente delincuentes, reincidirán y cuando lleguen a la edad, hoy por hoy estipulada por la ley, se habrán cobrado la vida de muchos ciudadanos.
Bajar entonces la edad, implica un freno. Un límite. Una medida que acompañada por un equipo de especialistas en minoridad sería el inicio de sacar la anomia por la cual estamos atravesados.
En cuanto a si ello apresuraría la formación de Maras, debemos hacer nuevamente hincapié en que ya existe un estado embrionario local de Maras. Reducir, en este sentido, significaría alejar a los menores delincuentes ya etiquetados como tales de los narcos que buscan alinearlos para armar lo que ya sería, la definitiva estructura de Maras en Argentina.
La discusión en Argentina sobre la baja de imputabilidad de los menores, así como la inseguridad en estado de sensación son dos puertas abiertas a la precarización de la realidad social que ha cobrado distintas formas en los últimos años.
Desde una inflamación mediática, hasta una negación compulsiva de los gobernantes y jueces, la seguridad se presenta, en estos tiempos, con matices casi utópicos. Sucede, que los medios no exacerban la problemática como desde el otro lado se plantea o acusa.
Los medios de comunicación transmiten los sucesos en sus distintas ediciones televisivas por los diversos canales de TV, en los programas de radio AM/FM y en los periódicos. Es una cuestión que responde a una dinámica informativa y que atiende a las demandas de una sociedad de consumo fragmentada en horarios de disponibilidad.
En este contexto, el fenómeno de Las Maras también fue adquiriendo notoriedad y preponderancia. En Centroamérica por ser un hecho y en Latinoamérica por estar en vías de desarrollo.
El debate se ha dado en algunos círculos intelectuales y académicos; dentro del periodismo mismo y entre los ciudadanos que encuentran en jaque, cotidianamente, su derecho de vida.
A través de documentales, escritos y algunas investigaciones livianas sobre el modus operandi de Las Maras, se han establecido proposiciones desde arriba que niegan la existencia de las mismas en nuestro país y salen al ruedo crítico de aquellos que sostenemos una teoría media.
En una nota publicada en Página 12, el domingo 19 de abril de 2009, titulada “Archipiélagos” y firmada por Pasquini Durán, se hace una pequeña retrospectiva del surgimiento de Las Maras, se promulga el film “La vida loca”, recientemente estrenado en México, y se niega la presencia de Maras en Buenos Aires.
Más precisamente, el autor dice: “No hay “maras” en Buenos Aires, pero la violencia comienza a presentarse tan salvaje y descontrolada que, al margen de sus dimensiones reales, espanta a porciones importantes de las sociedades de grandes y medianos centros urbanos”.
Esta afirmación lleva, inexorablemente, a volver sobre las divisiones que hacen de nuestro país un entramado violento que tiende a confundir al momento de negar o afirmar presencias.
Primero: En Argentina como en el resto del mundo existen pandillas con características locales e importadas, cuya principal característica es la defensa del territorio barrial mediante el empleo de la violencia.
Segundo: En Argentina existen Tribus Urbanas vinculadas a los estereotipos estéticos y al cliché del desencantamiento, también, como en otros países.
Tercero: En Argentina, como dice Pasquini Durán, no hay maras. Lo que si hay es un ESTADO EMBRIONARIO DE MARAS. UN ESTADO LARVAL DE MARAS que significa pequeños brotes regados minuciosa y lentamente por la penetración del narcotráfico en el país frente a la permeabilidad de las fronteras, a la falta de un continente educativo que pueda sostener a los chicos en banda que buscan escalar y a la negatividad antes mencionada que convierte a nuestra Nación en un espacio propicio para el desarrollo y arribo de las Maras vinculadas al narcoterrorismo.
¿Una nueva ley penal que baje la edad de inimputabilidad desarticularía la violencia o apresuraría la formación de “maras” a la criolla? Es la pregunta del autor de la nota que debería atender a la posibilidad, si conoce sobre lo que escribe, de no transmitir interrogantes sino certezas e información a sus lectores.
No obstante, ayudemos a Pasquini a despejar sus dudas.
Penalizar a un menor es una posibilidad que no debe descartarse por razones que no necesitan ser intelectualizadas.
Un menor que asesina requiere de una pena. De una sanción que le de cuenta que el hecho cometido es un delito que atenta contra la seguridad individual y colectiva. Estos chicos necesitan un continente legal porque de lo contrario, se les está legitimando la acción. Con lo cual, ya sea por falta de educación y trabajo o bien, por ser congénitamente delincuentes, reincidirán y cuando lleguen a la edad, hoy por hoy estipulada por la ley, se habrán cobrado la vida de muchos ciudadanos.
Bajar entonces la edad, implica un freno. Un límite. Una medida que acompañada por un equipo de especialistas en minoridad sería el inicio de sacar la anomia por la cual estamos atravesados.
En cuanto a si ello apresuraría la formación de Maras, debemos hacer nuevamente hincapié en que ya existe un estado embrionario local de Maras. Reducir, en este sentido, significaría alejar a los menores delincuentes ya etiquetados como tales de los narcos que buscan alinearlos para armar lo que ya sería, la definitiva estructura de Maras en Argentina.
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